¿Por qué soy comunista?¿Por qué soy comunista?¿Por qué soy comunista?
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¿Por qué soy comunista?

Andriy Manchuk
¿Por qué soy comunista?
Para responder a esta interrogante hay que comprenderse a sí mismo y recordar cómo llegué a mis puntos de vista políticos

15.12.2020

En los últimos años me han preguntado con frecuencia por qué me sigo llamando comunista. Personas buenas que sienten interés por mi destino, han insinuado que esta no es la posición más sensata para un ciudadano de nuestro país que convirtió el anticomunismo en la base de su ideología y política estatal. ¿Vale la pena crearse problemas adicionales? – me preguntan con preocupación mis amigos. Ellos con razón recuerdan que yo mismo no escatimé críticas a la dirigencia del hoy proscrito Partido Comunista de Ucrania y en más de una ocasión emití mi opinión sobre páginas indecorosas del pasado soviético. Y la fidelidad a las ideas de izquierda no supone de ninguna manera la fidelidad a un concepto o palabra particular, aunque incluso detrás de esta haya una gran, terrible y admirable historia.

Para responder a esta interrogante hay que comprenderse a sí mismo y recordar cómo llegué a mis puntos de vista políticos. Es probable que esto se pueda calificar de casualidad, pero solo en el sentido de la definición de Hegel que la sobreentendía como una regularidad todavía desconocida. Por supuesto, yo debí compartir el destino de mi generación, convirtiéndome en un buen patriota con una creencia religiosa en la economía de mercado que no tiene alternativas, y en un conjunto pleno de prejuicios nacionalistas. Sin embargo, algo no salió así y el proceso de formación de mi personalidad ocurrió a través de la resistencia a los dogmas de derecha que nos impusieron poco a poco como normas irrevocables.

Es posible que los libros tengan la culpa de todo. Mis padres – un constructor del metro y una logopeda en una guardería - armaron una gran biblioteca, como era usual en aquel entonces en muchas familias soviéticas. En esta había muchos tesoros: desde Iván Efremov y los hermanos Strugatski hasta Dreiser, Steinbeck, García Márquez o Robert Merle que escribió una novela sobre el mayo rojo parisino. A propósito, su libro fue publicado en idioma ucraniano, pero esto no tuvo ninguna importancia ya que desde niño crecí en un ambiente bilingüe, educándome en el respeto por igual a la cultura ucraniana y universal. Y esto constituyó una vacuna importante contra la contagiosa enfermedad del nacionalismo étnico.

En mi infancia nunca hubo espacio para la idealización de la sociedad soviética. Aún en la postrimería de la perestroika yo descubrí obras clásicas de la literatura disidente y siempre supe que mi bisabuelo Vasil Manchuk fue fusilado por una acusación injusta y absurda y debido a ello mi abuelo estuvo en la cárcel en la juventud. A pesar de todo, este mismo abuelo que pasó después toda la guerra contra el nazismo, contaba que el poder soviético le había dado calzado, luz eléctrica y educación en el idioma materno. Y sus hijos pudieron recibir de la sociedad construida en vida de él, todo lo que no podían ni soñar muchas generaciones de nuestros antepasados. Este enfoque objetivo me permitió formar un criterio sopesado sobre los setenta y tres años de historia soviética, sin olvidar sus transgresiones y logros.

Lo extraído de los libros y relatos se incorporó a mi experiencia personal ya que mi juventud coincidió con el período agitado de la restauración del capitalismo, cuando se desplomaron los antiguos ideales y se crearon nuevos Estados que de inmediato reivindicaron con orgullo su historia milenaria. Naturalmente, entonces yo no comprendía las causas y la esencia de los acontecimientos ocurridos a mi alrededor, pero tampoco tenía ilusiones con respecto a estos. En general, el comienzo de los noventa no fomentó conceptos ingenuos sobre el mundo: la crisis se apoderó del país, los salarios de mis padres se depreciaron y los envíos de comestibles desde el campo constituían una fiesta para la familia. La ropa se compraba en mercados gigantes de ropa, las reservas de papas almacenadas en el balcón adquirían una importancia estratégica y desde entonces el trigo sarraceno con pescado enlatado se incluye entre mis platos favoritos.

Alrededor prosperó la jungla del mercado libre y fue necesario aprender a vivir por las leyes aceptadas en esta. Después de mudarme del centro de Kiev, yo las comprendí en una escuela repleta de un distrito suburbano, estudiando en el segundo o tercer turno, en un aula con la letra “K” (1) . El ideal personificado de la generación fueron los hermanos Klichkó que se instalaron en mi edificio, cuando todavía no habían ganado fama mundial, pero eran muy populares en los suburbios de Kiev gracias a los éxitos alcanzados en el kickboxing y los nexos con el jefe mafioso “Rybka” (“El pecesito”). El perro de ellos llamado Max, representante de una raza nunca vista por los niños soviéticos, un bull terrier con aspecto de rata, enseñaba de una forma malsana los colmillos a los adolescentes, al parecer advirtiéndoles de lo que nos esperaba bajo el talón pesado de los cambios que abruptamente habían sobrevenido en el país.

Por entonces, ya estaba claro el lugar que me estaba destinado en la nueva realidad de la Ucrania capitalista. Tras venir al mundo en un país enorme, grande no tanto por su famoso poderío de potencia militar, como por las conquistas sociales de Octubre, que con creces disimulaban sus numerosas deficiencias, de pronto me vi en un país pobre, periférico, dependiente de forma lastimosa de la influencia externa que hizo del pasado su ideal, renegando de los vuelos cósmicos a favor de las camisas bordadas (2) y las macetas de arcilla de Tripolia (3). Mientras mis perspectivas de vida se reducían a la posibilidad de pasar la vida en la esclavitud de una oficina, crear mitos históricos por el salario mísero de un científico o engrosar con mi presencia el ejército creciente de migrantes laborales.

El Marxismo con el que trabé conocimiento en la facultad de sociología del Instituto Politécnico de Kiev, donde encontraron refugio los mejores profesores de dialéctica materialista en el país, me explicó estas contradicciones del mundo postsoviético. Y de inmediato comencé a dedicarme al periodismo político y la lucha social con la esperanza de cambiarlo algún día. El estudio de los trabajos filosóficos se alternaba con la participación en protestas y viajes constantes por el país. Ayudábamos a organizar huelgas, teníamos refriegas con la derecha y la policía, nos infiltrábamos con hojas volantes en las fábricas metalúrgicas, descendíamos bajo tierra a ver a los mineros e íbamos junto con ellos a Kiev a marchas de protesta. La colaboración en el periódico de la Alianza Obrera de toda Ucrania permitió estudiar el trasfondo de los numerosos problemas sociales, permearnos de ellos para narrarlos en los artículos o reportajes. Y este componente práctico nos ha ayudado a comprender la actualidad que tiene el material aprendido en las conferencias.

Yo le debo mucho al prohibido actualmente “comunismo”, como es costumbre entre nosotros de llamar vulgarmente al conjunto de criterios de izquierda sobre el orden político y socioeconómico del mundo. Gracias a la teoría marxista pude comprender los nexos causa-efecto que determinan la naturaleza monstruosa del desarrollo de nuestra sociedad y la propia lógica, según la cual estatiene lugar, lo que me permitió esquivar las redes de políticos y propagandistas que con tanta facilidad engañaron a millones de mis conciudadanos. Además, mi elección ideológica hizo imprescindible la necesidad de conocer el mundo de forma integral, partiendo de las célebres palabras: “solo se puede ser comunista, cuando enriqueces tu memoria con el conocimiento de todas aquellas riquezas que ha creado la humanidad”. Y esto se ha expresado no solo en el interés por todas las esferas de la actividad científica y práctica del hombre, sino también en el deseo de ver y conocer la vida en distintos rincones de nuestro planeta donde funcionan los mismos mecanismos de opresión y desigualdad.

Tras visitar, como periodista y activista, diferentes países, con frecuencia desventurados y afectados por la guerra, entendí cuán universal y global fue la influencia de la experiencia soviética. A pesar de la derrota histórica, este sistema alternativo al orden del mercado, supo influir en grandes multitudes de personas, incitándolos a pensar, crear y luchar. La inercia de esta influencia resultó de manera inesperada fuerte, a pesar de la escisión e intrigas, pese a la decadencia y al estado sombrío de las cosas en nuestros días. Los habitantes de distintos continentes, las personas con un color diferente de la piel, los representantes de diversas orientaciones del paradigma político izquierdista, vieron en nosotros a camaradas unidos por un interés común de clase y un objetivo humanista único. Al relacionarnos con ellos, nos sentimos parte de una tradición común que tiene sus raíces más allá de la época del socialismo científico, en los primeros intentos primitivos de lucha por la emancipación social y la dignidad humana, en Münster, Tábor y Montségur.

Este sendero me proporcionó mucha y gran felicidad, amor y amistad, colmando la vida de su necesario sentido. Y si es así, debo asumir la responsabilidad por todo lo que fue realizado bajo la bandera del movimiento comunista. Estoy dispuesto a pagar por ello en las condiciones de la histeria anticomunista que impera en nuestra sociedad.

No, esto no es estupidez ni altanería. Yo comprendo: la prudencia y el cálculo son muy importantes para los de izquierda, si quieren sobrevivir y desarrollarse en las condiciones de un régimen político que les es hostil con una intolerancia totalitaria y violencia devastadora. En contra de los que se incluyen entre los comunistas, operan muchos factores. Los líderes de los partidos comunistas postsoviéticos de manera deshonesta castraron el brand que heredaron, convirtiendo la palabra “comunismo” en una marca comercial en el mercado político. Y la sociedad totalmente derechista, formada según los resultados del Euromaidán, destruyó y desacreditó este concepto, convirtiéndolo en una palabrota o motivo para la delación. Mis amigos tienen razón: el marxismo no reconoce los fetiches, y en su momento esto condujo a Lenin a tomar la decisión de renegar del merecido y popularizado nombre de socialdemócratas sobre el que recaía el sello de la traición durante la masacre castrense global.

Todo ello es cierto, pero yo veo que cualquier mención sobre el comunismo sepultado hace tiempo, provoca un odio rabioso en las fuerzas más reaccionarias de nuestra época que, en el sentido directo de la palabra, destruyen mi país y su pueblo. Ellos tratan de borrar por completo esta palabra de la memoria histórica y del espacio de la sociedad, reescribiendo los manuales, destruyendo los monumentos y renombrando calles y ciudades enteras. Y lo hacen porque hasta hoy día temen al contenido revolucionario de la idea emancipadora que de manera constante es reproducida por la propia realidad del capitalismo.

Si es así, me consideraré comunista.

Andriy Manchuk

Liva

Traductor: Dmitri Strauss

Notas del traductor:

1. Los estudiantes de la misma cohorte en las escuelas primarias y secundarias en la URSS se dividían en grupos de 30 a 40 niños cada uno, y cada grupo era identificado con una letra del alfabeto, empezando con la “A” que es laprimera. Normalmente, cada cohorte contenía 4 grupos. El hecho que el autor pertenecía al grupo “K” implica que en la cohorte había, al menos, 10 grupos, es decir, la escuela estaba saturada de estudiantes por encima de todo límite razonable.

2. Se refiere a las camisas tradicionales ucranianas llamadas vyshivanka que fueron convertidas por los ultranacionalistas ucranianos en uno de sus símbolos.

3. Cultura de Tripolia, también conocida como cultura de Cucuteni, es una cultura arqueológica que se desarrolló en el área de las actuales Rumania, Moldavia y Ucrania entre 4500 a. C. y 3000 a. C. Muchos políticos de Ucrania aseguran, contra todas las evidencias científicas, que la cultura de Tripolia era mucho más avanzada tecnológicamente que otras culturas contemporáneas, que fue ella la que engendró la civilización mundial y que, a la vez, sus integrantes son antepasados directos de los ucranianos actuales.


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