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Ucrania dos décadas después de la Perestroika

Andrey Manchuk
Ucrania dos décadas después de la Perestroika
Es una triste historia de un hermoso país. Alrededor de Zhitómir hay decenas de aldeas agonizantes, en las cuales quedan unas pocas personas; sólo abuelitos y abuelitas. Según la estadística oficial, en los últimos años el país perdió más de trescientas aldeas y poblados, y éstos quedaron sin un sólo...

21.06.2012

Es una triste historia de un hermoso país. Alrededor de Zhitómir hay decenas de aldeas agonizantes, en las cuales quedan unas pocas personas; sólo abuelitos y abuelitas. Según la estadística oficial, en los últimos años el país perdió más de trescientas aldeas y poblados, y éstos quedaron sin un sólo habitante.

Zhitómir, Ucrania. En enero de este año, en vísperas de los comicios, el presidente Víctor Yuschenko reconoció por primera vez las cifras del despoblamiento de Ucrania a partir de 1991, año en el que el país declaró su independencia. Durante este tiempo, Ucrania perdió seis millones de personas; su población pasó de 52 a 46 millones y sigue disminuyendo.

Pero en realidad en el país queda aún menos gente. El número de emigrantes laborales ucranianos que trabajan ilegalmente en la Comunidad Europea o en Rusia es de entre cuatro y siete millones, y en esto nuestro país ya puede competir con México. Además existe la migración interna, desde la provincia a la capital Kiev, siempre privilegiada económicamente. Este es el precio de las reformas neoliberales, que fueron elegidas hace veinte años por la cúpula de la burocracia soviética, cuyos integrantes decidieron que ser millonarios era más conveniente que ser funcionarios del partido. Los nuevos gestores de la independencia entendían que en las condiciones del mercado ellos no tenían por qué compartir sus utilidades y poder político con el gobierno central de Moscú, donde ocurrían los mismos procesos sociales.

Es una triste historia de un hermoso país. Escribo esto desde un pequeño centro regional, Zhitómir, una antigua ciudad en medio de una zona boscosa, bastante contaminada por la catástrofe de Chernobyl. Alrededor de Zhitómir hay decenas de aldeas agonizantes, en las cuales quedan unas pocas personas; sólo abuelitos y abuelitas. Según la estadística oficial, en los últimos años el país perdió más de trescientas aldeas y poblados, y éstos quedaron sin un sólo habitante.

Durante los últimos 20 años, la pequeña aldea de donde proviene la familia de mi padre perdió la mitad de su población. Como en otras partes, la granja colectiva (koljoz) fue desarticulada y los campos, donde en los años de mi infancia se cultivaba lino y trigo, ahora están abandonados y se cubren de maleza. Después de perder el trabajo la gente se vuelve alcohólica, se va a buscar suerte a otras partes o simplemente se muere por falta de atención médica, ya que en la práctica la salud en el país hace mucho que dejó de ser gratuita y asequible para todos. También están talando el bosque; lo último en que se puede ganar algo, vendiendo la madera a las mueblerías de la Unión Europea.

La mayor parte de las fábricas de Zhitómir también se convirtieron en ruinas. De hecho, nuestro país ahora es un gigantesco mercado de materias primas para las transnacionales. Las áreas económicas más productivas, que quedaron como herencia de la URSS: las plantas químicas y metalúrgicas, fueron privatizadas por los nuevos oligarcas. Lo mismo pasó con las centrales nucleares. Todo lo que fue construido por el estado fue comprado irrisoriamente por un puñado de delincuentes en los noventa. Las empresas de tecnología de punta, los centros de construcción de maquinaria más compleja fueron llevados a la quiebra y los equipos se desarticularon y se vendieron como chatarra. Los especialistas que trabajaban allí emigraron o se dedicaron a vender lo que sea en las ferias informales de provincia. Las reformas neoliberales siguen: aquí en Zhitómir fueron pagados todos los ascensores de los edificios de vivienda, algo que siempre y en todas partes había sido gratis. Las autoridades de la ciudad ahora están recibiendo del Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo un crédito de 15 millones de euros (una suma monstruosa para la región empobrecida) que se pagará con los servicios básicos de la población local, que pagarán ahora el doble por los mismos. Esa fue la garantía exigida.

La nueva clase en el poder, que no es otra cosa que una alianza entre altos funcionarios del partido con el comercio criminal de los noventa, necesitaba urgentemente una ideología que justificara sus derechos históricos para perpetuarse. El vacío ideológico se llenó con los conceptos nacionalistas. Los ex funcionarios del Comité Central del Partido Comunista, la crème de la intelectualidad cortesana de los tiempos soviéticos, sin pestañar un minuto cambió su ideario anterior, llegando a ser voceros del nacionalismo ucraniano. Y esto condicionó una profunda crisis interna en Ucrania, un país multicultural y bilingüe, que se formó dentro de la ex URSS.

El poder soviético, que de inmediato después de la revolución emancipó el idioma ucraniano, discriminado y postergado durante el zarismo, luego desequilibró la balanza a favor de la rusificación de Ucrania. Independientemente de lo anterior, durante varios siglos el rudo dominó varias regiones del país y actualmente es el idioma natal para millones de ucranianos étnicos. Hoy Ucrania es un país bilingüe, donde el idioma ruso que predomina en la mitad de su territorio, incluyendo la capital, jurídicamente tiene estatus de idioma minoritario. Contraponiendo a los habitantes del occidente ucraniano parlante y oriente ruso parlante, estimulando la rusofobia que encuentra como su fiel reflejo a la ucranianofobia imperial del gobierno ruso, el poder mafioso de Ucrania asegura su dominio sobre la población engañada por dos nacionalismos.

La nueva historiografía oficial se dedicó a glorificar los grupos nacionalistas armados ucranianos de los tiempos de la Segunda Guerra Mundial. Estas organizaciones que tenían como ideología una especie local del fascismo europeo, activamente colaboraron con Alemania nazi, organizaron el genocidio de la población polaca en Ucrania Occidental y asesinatos de civiles que simpatizaban con la Unión Soviética. Al mismo tiempo, el terror stalinista de los años treinta causó muchísimas víctimas en Ucrania, entre ellas una generación entera de comunistas ucranianos.

Durante los últimos años Ucrania fue campo de batalla entre el imperio mundial que es los Estados Unidos de Norteamérica y el imperio periférico que es Rusia capitalista. En la época de la presidencia de Víctor Yuschenko, los Estados Unidos de Norteamérica tenían una enorme influencia en la política ucraniana, el embajador norteamericano públicamente entregaba los títulos a los egresados de la Academia Nacional de Inteligencia. Mientras en los países de América se realizaban las protestas masivas contra las visitas de Bush, éste fue invitado de honor del gobierno ucraniano. Los Estados Unidos de Norteamérica usaban Ucrania como una pieza importante en su política de confrontación con Rusia, pero las nuevas autoridades ucranianas optaron por la colaboración con el régimen de Medvedev-Putin, abriendo el país para la expansión de las corporaciones rusas.

Estas son las nuevas páginas en la historia de este enorme país, ubicado en el centro geográfico de Europa, que supera en territorio a Francia y donde habita la gente trabajadora y generosa. Aquí hay muchísimos atractivos turísticos y culturales, desde las montañas de los Cárpatos en su occidente, hasta las estepas sin fin en su oriente y sur, desde la única por su belleza península de Crimea en el mar Negro, hasta las pintorescas orillas del río Dnieper que divide el país en dos.

Pero en los folletos turísticos no se cuenta que los habitantes de los pueblitos mineros de Ucrania Oriental, saqueadas y abandonadas después de la caída de la URSS, se caven hoyos en la tierra para extraer carbón con técnicas medievales. Tampoco se escribe que en Ucrania Occidental ya creció una generación entera de niños que viven sin padres, porque ellos trabajan ilegalmente en los países de la Comunidad Europea. Tampoco nadie le contará sobre cientos de miles de ucranianas que se ofrecen en los burdeles de todo el mundo. Los datos de las pandemias sociales como tuberculosis y SIDA, más críticos en Ucrania que en cualquier otra parte de Europa, igual que la información sobre la masiva adicción a las drogas, no están en las guías para inversionistas. En Ucrania de hoy no se habla de la caída catastrófica del nivel de educación, y no se muestra como la mayoría de las librerías de ayer, se convirtieron en oficinas y boutiques. Y seguro que no le contarán sobre los negocios con metal y madera radioactivos desde la zona de Chernobyl. Para enterarse de esto usted debería viajar a Pripiat, una ciudad fantasma abandonada por la contaminación nuclear, que conserva todos los rasgos arquitectónicos de la época soviética; una ciudad sin Mc Donald´s, casinos, bolsas de valores, burdeles o bancos, pero con bibliotecas, teatros, escuelas, canchas deportivas y oficinas de Aeroflot.

La sociedad ucraniana empieza a tomar conciencia sobre la profundidad del abismo en que cae. En las últimas décadas del periodo soviético la gente perdió la capacidad de autoorganización y lucha solidaria por los derechos, ya que la cúpula del partido lo resolvía todo por todos. Por otra parte, la propaganda de la nueva burguesía ucraniana hizo todo para desprestigiar las ideas de izquierda entre la población del país. En vez de un calmado y equilibrado análisis del pasado soviético, donde se podría hablar de varios logros y fracasos de aquella época, el nuevo régimen sigue satanizando todo lo que tiene que ver con la experiencia socialista. Criticando los viejos crímenes de Stalin, el poder intenta desviar la atención del genocidio social que se practica ahora. Esta propaganda anticomunista crea condiciones ideales para el fortalecimiento de grupos nacionalistas y nazis, que acuden cada vez más a la demagogia social. De este modo, las elites del poder desvían el descontento social hacia los “otros”.

La  llamada “revolución naranja” del año 2004, que llevó a la presidencia a Víctor Yuschenko, no fue más que un enroque dentro de las elites políticas. Un grupo de políticos y oligarcas de derecha con un claro apoyo de la Unión Europea y los Estados Unidos de América, desplazaron a su competencia rusa y prorusa gracias al apoyo social conseguido con lindas consignas y otros engaños. Después de una euforia colectiva, el país se hundió en una profunda apatía.

Ahora, a veinte años de la desarticulación de la URSS, el tradicional Partido Comunista de Ucrania inútilmente ocupa una buena parte de butacas parlamentarias y no es otra cosa que una parte del régimen capitalista. Por ello y otras razones, la recuperación de la izquierda ucraniana  presenta varias dificultades. Pequeños grupos de activistas todavía no son capaces de superar sus discrepancias sectarias ni siquiera frente a la catástrofe social generalizada y un rápido avance del nazismo.

Hace unos años en Ucrania se creó el instituto “Nueva Democracia”, un espacio libre para todas las personas de izquierda independiente, anarquistas y activistas sindicales y de género. La izquierda participó activamente en las principales protestas obreras de los últimos años: en la fábrica de maquinaria de Kherson y del Centro Minero de Poltava. Pero estas acciones revelaron también las debilidades de nuestro movimiento. Hoy estamos en la primera etapa de la creación de un frente social amplio contra el fascismo y la política neoliberal con la participación de todas las personas interesadas.

Testimonio de Denis Levinsecretario del sindicato Solidaridad Popular:

Soy soldador y carpintero con títulos técnicos. Vivo en un suburbio de Kiev, soy parte de una familia grande y pobre. En los años noventa, cuando dejó de existir la URSS, nos quedamos sin medios de subsistencia. Yo veía que todo caía, que los nuevos dueños de Ucrania se apropiaban de todo y el pueblo se sumergía en la miseria. En esa época, vivíamos gracias a las papas cultivadas en nuestro huerto, con lo que nos alimentábamos todo el año. Empecé a trabajar a la edad de 14 años, cuando estudiaba en una escuela técnica, donde nos pagaban una beca de 15 dólares al mes. Era difícil encontrar trabajo, pagaban siempre muy poco y con retraso. A veces no pagaban, pero el pueblo que protestó durante la Perestroika ya era obediente como rebaño. A todos todo les daba lo mismo. La gente alrededor se  volvía alcohólica o se dedicaba a vender en las ferias cualquier basura.

Tenía 16 años cuando ingresé al partido comunista, pero al poco tiempo comprendí que los líderes del partido sólo emulan la lucha y cuando les conviene siempre se ponen de acuerdo con los oligarcas. Después entendí también que las pequeñas sectas de izquierda enrolladas con sus dogmáticos programas, que repiten como los creyentes el antiguo testamento, no tienen nada que ver con la vida real. Cuando conversas con ellos de problemas reales de la gente concreta, de cosas que hay que resolver aquí y ahora, ellos suelen responder con citas de Trotsky o Kropotkin. Hoy en día, ellos discuten acontecimientos de principios del siglo pasado, sin ver que esto no provoca interés alguno. Nosotros intentamos crear un amplio movimiento contra el capitalismo, neoliberalismo y fascismo, con objetivos claros para la gente común y expresados en un idioma común. Me alegra que cada vez hay más jóvenes entre nosotros.

En agosto pasé unas semanas en la ciudad de Komsomolsk. Ahí se encuentra el centro minero de Poltava, que fue construido en el tiempo soviético junto a la ciudad obrera. En los años noventa el oligarca Zhevago se adueñó del centro minero y ahora lo vendió a una compañía suiza. Para aumentar las ganancias los nuevos dueños anularon los bonos por trabajos de riesgos en las canteras. También aumentaron la edad para jubilarse. Esto generó protestas, una gran huelga encabezada por el sindicato Solidaridad Popular y apoyada por la izquierda. Estos acontecimientos tuvieron gran resonancia en el país, pero nosotros perdimos: a los dirigentes obreros los despidieron y a los huelguistas los reemplazaron por gente más obediente, quienes trabajan protegidos por guardias armados.

Tratamos de aprender de esto, ya que sabemos que en este país habrá nuevas explosiones sociales. La gente tiene mucho miedo, no todos están dispuestos a luchar y esperan que alguien resuelva sus problemas de forma milagrosa. Pero tratamos de hacer lo posible para cambiar la situación.

TRADUCCIÓN: OLEG YASINSKY


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